Por: Carlos Rodríguez Polanco
Oscar de la treinta y el Baúl de Viví, estaban a reventar, ni siquiera en la temporada de diciembre habían estado tan llenos, la cantidad de comunales y veedores que se daban cita en estos almacenes buscando encontrar el vestuario adecuado para viajar a Francia hacían colapsar la movilidad de la calle treinta, por lo que el transito tuvo que habilitar vías alternas para descongestionar el sector, el veedor de veedores ya estaba en la fila para pagar dos gabardinas, tres pantalones a cuadros y cuatro camisas de repollito que le hacían juego perfecto con unos zapatos de dos tonos que tenía guardado.
Las carreras eran grandes, pues ellos no tenían la chequera del estado para preparar el viaje en tan corto tiempo, por lo que decidieron en un hotel de Barranquilla aventurarse en una canoa que zarparía desde el caño de Soledad hasta llegar a Marsella, el más importante de los cincuenta puertos de Francia, la decepción fue mayúscula para todos, ya que en plena madrugada al llegar a las inmediaciones del mercado atracaron a unos cuantos y todos se dieron con la noticia que la canoa se la habían robado y que el caño no existía, desencantados entonces, decidieron correr maleta en mano hasta el Aeropuerto, con la ilusión que la Embajadora los escogiera como acompañan- tes o por lo menos que al despedirla ella les tirara la liga.
Aquella noche la Embajadora tampoco pudo dormir, el ajetreo del viaje le hacía sentir un cansancio que no tenía desde la campaña, reflexionando entonces que los últimos meses no había hecho nada, la seño por su parte le desarmo la maleta que preparó, sacándole de salida el horroroso vestido de la posesión, –ni la daña moda se atrevió a tanto, murmuró– unas toallas, tres pares de chancletas y hasta una almohadita vieja con la que le gustaba dormir.
Ella revisó su itinerario una vez más, pues como le quedaba muchísimo tiempo intentaría hablar con el príncipe de Mónaco o por lo menos con la princesa Charlene, para que desistieran de organizar el Premio de Fórmula Uno por lo menos este año, traerlo a Soledad y así arrebatarle esa idea a Alex Char, tal como hizo con el tramo de pavimentación de Tauro, igualmente en esos días de ocio, buscaría a un pobre jorobado que le habían contado estaba en una iglesia, para llevarle unas butifarras, pero la seño también las había sacado de la maleta.
Salir de Soledad fue bastante caótico y no precisamente porque tuviera que dejar muchas cosas resueltas, sino porque casi ninguna calle sirve, el tráfico es demasiado pesado, moto carros de todos los colores transitan a diario sin control y para colmo tenía que subir al piso 37 por el ascensor de servicios a recibir las últimas instrucciones y firmar unos papeles que como era costumbre no le permitían ni leer.
Cuando por fin llegó al Aeropuerto divisó a lo lejos a una multitud vestida de manera extraña, por lo que le explicaron que esos eran unos veedores y unos comunales que querían irse con ella, pero que estuviera tranquila que le habían comprado tiquetes VIP y ellos ni cuenta se darían cuando se fuera, por lo que respiró aliviada y pensó que ya el invento del viaje estaba mostrando sus logros.
Entrada la noche y maleta en mano, los comunales decidieron regresar a pie a sus casas, aunque un reducido grupo liderado por el veedor de veedores prefirieron quedarse en el Aeropuerto a esperar su regreso, aprovechando el tiempo para organizar un gran recibimiento, con flores, pancartas y hasta una serenata que ellos mismos ensayarían de la mano de la señora Alba, tal vez así se ganarían una buena recompensa.
El viaje fue placentero, atrás había dejado todos los problemas por lo menos unos días, en Europa encontraría un verdadero oasis lejos de los comunales, los veedores, concejales, periodistas y especialmente los molestosos lideres que solo le pedían puestos, como si por el simple hecho de haber trabajado su campaña, recogiendo firmas, pegando afiches y trabajando unos meses desde bien temprano hasta bien tarde, ahora ella estuviera comprometida a sanarles la vida.
En su primera escala escuchó a alguien gritar que había llegado Francia, por lo que pensó entonces que ese país no quedaba tan lejos como le habían contado, pero al levantar la mirada se dio cuenta que se trataba de la Vicepresidente, sintiéndose aliviada entonces, pues no era la única desocupada que asistiría al evento de la ONG, dedicándole a sus contradictores en silencio aquella expresión de “pueden sufrir, pueden llorar, pero de malas ella también iba a vivir sabroso”.
Por fin el día de su disertación llegó, el maes- tro de ceremonia en un español machacado la presento ante los asistentes, al colocarse frente el micrófono los escucho decir: —Bonyour; a lo que ella contestó, No gracias ya desayuné… un vergonzoso silencio se apoderó del auditorio mientras que ella recordaba que el discurso que le habían escrito se le perdió debido a que una ráfaga de viento se lo arrebató de las manos cuando lo repasaba en su paseo por Los Campos Elíseos.
Pensó entonces en improvisar, al fin y al cabo, no podía ser tan difícil, pues le entendió al presentador que solo tenía que mostrar sus logros, haciendo entonces un recorrido rápido que empezó en el Mercado, pero de eso no podía hablar, El Caño ya no existía, los Parques de la Bonga y de la María eran obras de Rodolfo. Lo de del Catastro, no ha incluido aún ni un solo predio, lo de Tauro, menos. Entre Africano y Hablemos Claro le descubrieron todo. La campaña del Edumas es puro papel, (eso esta peor que lo de las Becas), ya sé, se dijo así misma, hablaré de mi mayor logro.
Con un tono muy alto que hizo chillar al micrófono, saludó a los asistentes y procedió a decir que durante sus primeros días de gobierno había quitado el día sin moto, un murmullo ensordecedor se apoderó del recinto, ella pidiendo silencio continúo diciendo, claro que lo que sí dejamos fue el día sin moto carro… “oui mesie”… “gracias”.
Los espíritus de Julio Verne, Voltaire, Moliere, Descartes, Rubén Darío, Napoleón y hasta la mismísima Juana de Arco se estremecieron en sus tumbas mientras que las caras desoladas de los asistentes lo decían todo, el embajador de Corea del Norte estuvo a punto de utilizar su pastilla de cianuro. Uno a uno fue saliendo del recinto, resignados tal vez a estar contagiados con los virus de la indiferencia, la prepotencia y la ignorancia y por ende no llevar nada de vuelta a sus lugares de origen, por lo desocupado que quedo el salón la ONG organizadora dio por terminado el evento, haciendo la salvedad que no devolverían los Cincuenta y Cuatro Mil Novecientos Pesos Mexicanos que pagaron para poder participar, prometiendo eso sí, enviar los certificados de asistencia por correo.
Ella, fue la última en salir del recinto, reflexionado sobre lo parecido, “según ella”, que era Paris de Soledad y es que si allá tienen la Torre Eiffel, acá tenemos tres tanques elevados que se pueden acondicionar como miradores; allá esta el Museo de Louvre, acá el Bolivariano; allá los Campos Elíseos y sus Boutique, acá tres Centros Comerciales; allá un Jorobado como personaje, acá Tito, Los Mellos y el Pa-lomo; allá el Rio Sena, acá el Salao y el Platanal; allá el Arco del triunfo, Acá el triunfo es de Eduardo, en fin, la diferencia es poca, podemos ser hasta ciudades hermanas, concluyó.
Después del paseo emprendió su viaje de regreso, lamentó no haber podido encontrar al jorobado aquel en la iglesia , por lo que se acordó y respiró tranquila por no haber asistido a la misa de San Antonio donde seguramente la estaban esperando para pedirle puestos, como si eso no dependiera de que el Pulgar estuviera hacia arriba o hacia abajo, ya en el Ernesto Cortissoz se dio cuenta que no había traído nada, por lo que se acercó a una tienda de artesanías, donde con los últimos euros que le quedaban remato tres docenas y media de llaveritos de la Torre Eiffel y veintisiete destapadores con la bandera de Francia.
Pensó entonces que esta semana había sido la más tranquila de los últimos meses, por lo que decidió convocar un consejo de gobierno a primera hora para ver que se inventaban, y así volver a viajar muy pronto.