La imagen tiene gran potencia. Cole Palmer y Ousmane Dembélé sentados sobre una viga en la cumbre del Rockefeller Center con el trofeo del Mundial de Clubes entre ambos. Casi cien años después de la legendaria foto de los obreros en ese mismo sitio, el fútbol se apropió de un símbolo de la cultura neoyorquina y estadounidense. Al menos por un rato.
Sin embargo, la reunión entre los dos jugadores diferenciales de los finalistas no es el único motivo para afirmar que en las horas previas al gran partido del domingo 13 de julio al fin el Mundial de Clubes se ha hecho notar de verdad en Manhattan. Los hinchas europeos de Chelsea y Paris Saint-Germain, que durante gran parte del campeonato habían estado ausentes, irrumpieron en las calles de la ciudad el sábado de la víspera.
Los organizadores y los patrocinadores han intentado que el Mundial llegue al corazón del pueblo estadounidense. Desde las marquesinas de Times Square hasta los locales de ropa deportiva y la televisión. El fútbol se ha apoderado de espacios que antes no le correspondían. De todos modos, alcanzar el interés popular es mucho más complejo. La mayoría de los locales mira con sorpresa a estos hinchas gritones y pasionales.
El viernes, la hinchada de PSG, que ya había dado una pequeña muestra de su aliento en el partido contra Real Madrid, armó una fiesta espectacular en Times Square. Con bombos, aplausos coreográficos y cantos, se adueñó de la zona más transitada de Nueva York. Al día siguiente, la reunión se trasladó unas cuadras, al T-Squared social, un típico «bar deportivo».
Allí, una buena cantidad de franceses se juntaron a esperar la final. Todos convencidos de que será tan solo un trámite más rumbo al título. Varios habían viajado desde Francia para visitar Estados Unidos y de paso vivir de cerca el Mundial. Otros viven aquí, donde estudian o ya hicieron una vida lejos de casa. El domingo en el MetLife la hinchada parisina será mucho más nutrida y ruidosa.
A unas doce cuadras, el «Legends Bar», un sitio ya emblemático del Mundial, fue la sede elegida por la parcialidad de Chelsea. Acostumbrados a los brindis y a las previas en pubs, los hinchas ingleses se sintieron un poco como en casa. Además, el club londinense tiene una gran cantidad de hinchas estadounidenses, dada la relación de interés que existe entre la Premier League y los futboleros neoyorquinos.
Entonces, la zona céntrica de Manhattan cambió su apariencia habitual por otra, similar a la que se da en las finales de la Champions League o en las de la Libertadores. El hincha de fútbol es diferente al hincha de la NBA o la NFL. Siente que su presencia es importante. Que hace la diferencia. Se ve como parte del espectáculo. Entonces, es más ruidoso. Necesita hacerse notar. Los sudamericanos son aún más estridentes, pero los europeos también irrumpen con fuerza en instancias decisivas como esta.
El pueblo estadounidense vivió con indiferencia el Mundial de Clubes, pero de repente vio la cara del fútbol en su propia casa. Lo hizo cuando las hinchadas sudamericanas coparon diversas ciudades y ahora, en la antesala de la gran final. Tal vez, tener tan cerca la pasión sea uno de los secretos para que de una vez por todas este pueblo se enamore del juego más hermoso.